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Ahí encontramos a nuestros hermanos, inmersos en esas luchas, con sus
familias, intentando no solo sobrevivir, sino que en medio de las contradic-
ciones e injusticias, buscan al Señor y quieren testimoniarlo. ¿Qué significa
para nosotros pastores que los laicos estén trabajando en la vida pública?
Significa buscar la manera de poder alentar, acompañar y estimular todo
los intentos, esfuerzos que ya hoy se hacen por mantener viva la esperanza
y la fe en un mundo lleno de contradicciones especialmente para los más
pobres, especialmente con los más pobres. Significa como pastores compro-
meternos en medio de nuestro pueblo y, con nuestro pueblo sostener la fe
y su esperanza. Abriendo puertas, trabajando con ellos, soñando con ellos,
reflexionando y especialmente rezando con ellos. Necesitamos reconocer la
ciudad -y por lo tanto todos los espacios donde se desarrolla la vida de
nuestra gente- desde una mirada contemplativa, una mirada de fe que des-
cubra al Dios que habita en sus hogares, en sus calles, en sus plazas... Él
vive entre los ciudadanos promoviendo la caridad, la fraternidad, el deseo
del bien, de verdad, de justicia. Esa presencia no debe ser fabricada sino
descubierta, develada. Dios no se oculta a aquellos que lo buscan con un
corazón sincero (EG 71). No es nunca el pastor el que le dice al laico lo que
tiene que hacer o decir, ellos lo saben tanto o mejor que nosotros. No es el
pastor el que tiene que determinar lo que tienen que decir en los distintos
ámbitos los fieles. Como pastores, unidos a nuestro pueblo, nos hace bien
preguntamos cómo estamos estimulando y promoviendo la caridad y la
fraternidad, el deseo del bien, de la verdad y la justicia. Cómo hacemos
para que la corrupción no anide en nuestros corazones.
Muchas veces hemos caído en la tentación de pensar que el laico compro-
metido es aquel que trabaja en las obras de la Iglesia y/o en las cosas de la
parroquia o de la diócesis y poco hemos reflexionado como acompañar a un
bautizado en su vida pública y cotidiana; cómo él, en su quehacer cotidiano,
con las responsabilidades que tiene se compromete como cristiano en la
vida pública. Sin darnos cuenta, hemos generado una elite laical creyendo
que son laicos comprometidos solo aquellos que trabajan en cosas "de los
curas" y hemos olvidado, descuidado al creyente que muchas veces quema
su esperanza en la lucha cotidiana por vivir la fe. Estas son las situaciones
que el clericalismo no puede ver, ya que está muy preocupado por dominar
espacios más que por generar procesos. Por eso, debemos reconocer que
el laico por su propia realidad, por su propia identidad, por estar inmerso